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Acantonados tras una barricada de cráneos
CARLOS JOVER


¿Qué es anterior, el huevo o la gallina?, le preguntan a los niños en las escuelas hegelianas. Y justo después de esta pregunta, el mundo de la escuela se parte en dos, entre los que creen que lo primero es el huevo y los que creen que lo es la gallina. Guerras, sangre, religiones dispares... todo tiene un origen parecido. Una disputa en torno a una cuestión baladí, y que además no tiene respuesta pues se trata de una especie de trompe l'oeil de la lógica, una estructura de Escher de la aventura dialéctica. Porque todo el mundo sabe que sin huevo no hay gallina, pero también que sin gallina no hay huevo que pueda esperarse. En realidad la solución del dilema está en el abandono de la jaula donde permanecen prisioneros Causa y Efecto, cada uno de ellos tirado en su camastro rumiando nuevos pleitos, sin atender a reconocimiento de culpa o arrepentimiento alguno. Causa y Efecto constituyen pareja de hecho, pero por mucho que se empeñen en agrandar el tamaño de su leyenda no pueden aspirar a ser reconocidos como los padres únicos de todos los seres del universo. Así que, dejando en su jaula a Causa y Efecto, bordeando los escollos de la lógica clásica y el cielo raso que cubre el espacio donde agoniza Euclides, es posible atisbar otros caminos, otras soluciones a dilemas del tipo huevo-gallina. El cráneo ha de entenderse como frontera entre el hombre y el pensamiento que lo distingue como tal, es decir, como línea roja de un nuevo dilema del tipo huevo-gallina. Ése es el punto de partida de la exposición de Andrés Planas en la galería Fran Reus de Palma, la idea que tiene el artista de "el cráneo como contenedor del ser" según expresión suya, fundamento que apunta al dilema anterior. De la misma manera que el huevo contiene dentro de sí lo que será la gallina del futuro, una vez desarrollada a partir de lo que en él se concentra, dentro del cráneo se almacena el cerebro que guarda todos los pensamientos que ese cráneo producirá a lo largo de su existencia, pensamientos que, como en el caso del huevo, ya están dados ahí, en potencia, y que saldrán a la luz a medida que el cráneo crezca y recoja experiencias que lo hagan crepitar en un sentido u otro; saldrán a la luz como lo hacen las plumas de la gallina a medida que se desarrolla, y como lo hacen los nuevos huevos que pondrá en su momento la gallina madura.

Pero este planteamiento no es determinista, aunque lo parezca. Hay que recordar que hemos dejados encarcelados a los dos miembros de aquella infausta pareja de hecho, Causa y Efecto. Contener dentro del cráneo, en este caso, significa que el acto de creación artística puede ser similar al que se produce al copular con resultado fértil. Pero ¿cuántas veces se copuló sin resultado fértil? ¡Ah, ahí os hemos pillado, infaustos Causo y Efecto! El dilema huevo-gallina, en el plano de la creación artística, presenta otras soluciones paradójicas.

Lo que sí produce efectos notables y palpables es el baile de las sotanas en lo memoria colectiva de los que fueron alumnos en un colegio religioso. Por ejemplo, La Salle de Palma. Las sotanas bailan a veces al son de un ritmo homófono, y todo queda trastocado por un barniz de hipocresía y falsedad que, al fin y a la postre, constituirá una de las principales enseñanzas escolares, al menos en el entorno mediterráneo, que los alumnos extrajeron de su paso por el purgatorio de lo infancia para enfrentarse o los rigores de la vida adulta.

La mezcla es entonces explosiva: cruces y biblias se yerguen como símbolos represores, los cráneos adoptan el perfil de la muerte (y se desembarazan así un poco de su función como contenedores del ser), la estrategia es oscura (como las sotanas) y crece uno subterránea homosexualidad rampante (bajo alguna de las sotanas). Es el universo rico en plancton moral y amoral, anaeróbico, de Mediterráneo, el país donde han vivido los más prolíficos procesos creativos de su última época como artista Andrés Planas.


Un elemento falta todavía en el panorama teórico de esta impactante muestra, y es el que recoge el paralelismo entre cirugía y educación. Hay quien piensa que educar es construir sobre una base sólida un edificio nuevo; pero también hay quien establece su cuartel de invierno teórico en la horticultura, y considera que la mejor educación es fruto de la poda y de la sujeción de guías a los vástagos paro controlar su desarrollo, además de los injertos. El cirujano no educa el cuerpo a través de la disciplina muscular o los hábitos alimenticios, sino mediante su directa, rotunda, feroz intervención material, transformando la realidad a modo de un Deus ex Machina que viene a entroncar, por cierto, con el sueño de aquellos delincuentes que habíamos dejado encerrados en la jaula, Causa y Efecto. En el fondo todo se alinea en estas tesis salvo el cráneo, cuya forma ovoide nos aboca directamente al dilema huevo-gallina que barre todas las sotanas y todas las botas de cirujano del horizonte. El cráneo como baluarte, como última barricada de la creencia en la magia. La serie "Meditecráneo", de pequeño formato y ejecutado en técnica mixta (óleo, acrílico, collage), incluye todo tipo de propuestas formoles del artista, desde los que utilizan con profusión el color abierto y lumínico hasta los que se abocan en los recovecos más iniciáticos del simbolismo. "Meditecráneo" es una serie exhaustiva, inagotable, donde Andrés Planos encuentra su voz más empática, y de lo que además se ha editado un magnífico libro, con motivo de esta exposición, que recoge algunas de las piezas junto con 199 textos relacionados que ha ido recabando Juan Rabell, amigo del artista, coleccionista exquisito, cirujano plástico y reconocido craneofílico (no en balde Rabell participó en mi exposición "Lo opción desamable", en el museo de Es Baluard, con una cabeza auténtica de un caníbal de Papúa-Nueva Guinea de su colección trabajado de manera artística, cuya exhibición estuvo o punto de provocar lo suspensión total de lo muestra).

Lo obra de arte como prótesis de una realidad necesitada de intervención urgente, y que por tanto se asume como realidad artificial en el más intrínseco sentido del Deus ex Machina, se erige así como ente transformador, y supone, entre otros cosos, creer firmemente en la capacidad de cambiar el mundo que tienen los fuerzas humanas cuando se visten de sobrehumanas, como es en el caso que afecta al ámbito del arte. Pero, en definitiva, se puede realizar una prótesis de casi todos los miembros y elementos de un cuerpo humano, e incluso de casi toda la Naturaleza, a excepción del cráneo, que no admite extirpación alguna. Hasta el corazón puede ser sustituido, incluso por uno artificial, una prótesis coronaria, pero no el cráneo, que contiene el cerebro que contiene o su vez todos los pensamientos. El cráneo no admite prótesis: o se extirpa entero, y entonces estaremos hablando de otro ser (en general cadáver), o no se extirpa, y por tanto no hoy prótesis que valga en el planteamiento.

Hay prótesis con forma de sotana, y también hay gente que siente su cerebro como si se tratara de una prótesis aunque, como acabamos de decir, eso no sea posible. La incursión de Andrés Planos en este complejo ámbito dialéctico, recogiendo el poso de la memoria (su experiencia escolar en compañía de curas) y enlazándolo con su posterior relación con lo protésico (a través del mundo de la creación artística, de la cocción artesanal de cerámica y de la relación con algún cirujano amigo y en verdad peligroso), ha dado pie a una obra sólida y abierta, llena de recodos y capas narrativas y simbólicas, pliegues plásticos insospechados, en fin, a uno obra pujante y densa, muy sugestiva, que no ha hecho más que empezar a crecer.