Wunderkammer El título de la exposición alude a aquellos Gabinetes de Arte y Curiosidades que proliferaron en Europa a partir del s. XVI y que contenían cualquier cosa, siempre que fuera la más grande, la más pequeña, la más rara, la más exquisita, la más bizarra o la más grotesca. Una colección típica de estas características podía contener pinturas de Durero, el esqueleto de un recién nacido, cucharas miniatura escondidas en el interior de una cereza y un brazalete hecho de pezuñas de alce; además de momias y varios instrumentos musicales raros.
Su manera de exponer lo feo, de manejar materiales peligrosos, de no ceder a la tentación artística de crear belleza, son un recurso para contrarrestar la cuidada estética y el complaciente narcisismo colectivos. Pero, sobre todo, las dos series que componen Wunderkammer (“Relicarios” y “Quimeras”) son puro divertimento, un nuevo ejercicio para mostrar aquello que Planas entiende por arte: éxtasis, ensoñación, prodigio, asombro, inquietud, droga suprema y sin resaca.
Andrés Planas presenta en Wunderkammer un conjunto de naturalezas muertas en las que, siguiendo el gusto barroco, se amontonan objetos de forma desordenada; la aparición de determinados elementos simbólicos es lo que determina el significado de la obra.
Planas ha construido su particular Gabinete de Prodigios utilizando para ello “desechos humanos y deyecciones industriales”, ingredientes que incorpora a sus obras como tópicos destacados en el postarte y sirviéndose de clichés simbólicos para urdir su mecano intelectual de tesis, ficción, autobiografía y burla. A todas las piezas de la exposición les une la voluntad de generar instantáneas incómodas desde los territorios de exclusión de la normalidad, el poder y el gusto dominante.